Manolo es un nombre de pila común que deja de serlo cuando nos referimos a Manuel Carrasco. Andaluz de nacimiento (Jaén, 1956) y reciente-mente jubilado, Manolo ha desempeñado multi-tud de tareas en el seno de nuestra fábrica durante los últimos 26 años, pero ha sido su labor en la restauración de las ‘joyas’ del museo la que le ha valido un apellido entre los miles de trabajadores de Volkswagen Navarra.
¿Qué vino primero, tu pasión por los coches o tu trabajo en Volkswagen Navarra?
—Siempre me han gustado los coches. A los 14 años empecé a trabajar como aprendiz en Pamplona, en el Garaje Galicia. Después me desvinculé profesionalmente del tema y monté una empresa de bricolaje, pero seguía haciendo algunos trabajos como aficionado en mi tiempo libre, echando una mano en la reparación de los coches de rally de algún conocido, etc. Al tiempo entré en Volkswagen Navarra, y hasta la jubilación.
¿Qué puestos has desempeñado en la planta?
—Llegué a Montaje en 1990 y empecé en lo que se conocía entonces como ‘fase de los jamones’, lade las suspensiones delanteras del coche. De ahí pasé a formar parte de un grupo que llevaba los
motores del G40 —utilizados en una variante del Polo A03—, y de vez en cuando colaboraba con otro grupo de recuperación de coches al que nos referíamos como ‘La pared’. Después trabajé dos años en turno de noche en el puesto de control de pares de apriete y cuando me tocó volver a ‘La pared’ pedí el traslado a Revisión Final. Entonces empecé a trabajar colocando taloneras y ‘spoilers’ en el ‘BlueMotion’ y un año después me hicieron responsable de la gestión del museo.
Precisamente tu labor en el museo ha sido la que más honores te ha valido…
—Y la que más horas de sueño me ha costado. Yo me iba a casa con un problema de un coche y hasta que no le daba cara no descansaba… He pasado por momentos complicados porque no siempre he dispuesto de los medios necesarios para conseguir determinadas piezas, pero cuando lo solucionas y ves a un antiguo propietario emocionado con el trabajo que has hecho, merece la pena. Cada coche esconde una historia.
¿Has tenido ayuda en tu trabajo con el museo?
—Soy un apasionado de los coches clásicos, lo que me ha llevado a moverme por colecciones privadas, salones, etc. De alguna manera mi labor se fue dando a conocer y eso me facilitó las cosas. Muchas personas externas a la fábrica colaboraron desinteresadamente conmigo, cediéndome algunas piezas, por ejemplo; era gente que creía en mi trabajo y vio en el museo un valor añadido a la planta. Volkswagen Navarra se merece que todos los coches expuestos allí sean 100% originales.
¿Cuál es tu favorito?
No te lo puedo decir (sonríe).
¿Podrías hablarme entonces de tu primer trabajo en el museo?
—Fue un SEAT 124 reconvertido en ambulancia, de entre 1965 y 1970. En su día prestó servicio en la Cruz Roja. En realidad, fue el primero que quise reparar pero nunca llegué a terminarlo y es una pena que me ha quedado… ¡Hasta mi suegra se involucró en el proyecto, cosiendo la banderita (dela Cruz Roja)!
¿Cómo valoras tu paso por Volkswagen Navarra?
Me queda sobre todo la satisfacción de haber trabajado en lo que me gusta, pese a que he dado mil tumbos en la vida… Con sus luces y sus sombras, ha sido bonito formar parte de Volkswagen Navarra en su etapa de expansión. Y ahora que ya me he jubilado puedo decir que yo también he aportado mi granito de arena.
Comienza una nueva etapa para ti, ¿vas a seguirligado a los coches?
He recibido mil ofertas, pero de momento estoy en ‘stand by’. Tengo que reorganizar mi vida poco a poco, sin presiones, y ya veremos qué pasa en el futuro.