¿Cómo empezasteis con esta actividad?
—Roberto: Con 21 años. Es una tradición que va de padres a hijos, pero en mi caso entré a través de mi hermano, a quien le inició su suegro, que no tiene hijos varones.
—Juan Manuel: Yo llevo trece años.
—Óscar: Yo le comenté hace unos 15 años a uno del barrio que ya bailaba, porque me parecía chulo.
¿Durante las fiestas, qué tiempo le dedicáis?
—Roberto: Llego a la plaza a las cuatro de la tarde y recogemos al final de la corrida, así que me voy a las nueve y media de la noche. De media, metemos cinco horas y media diarias.
—Juan Manuel: Nosotros entramos con el encierro a las ocho y hasta las nueve y media o diez. Y por la tarde solemos venir a las cinco para preparar un poco todo y ver la corrida, pero trabajamos desde las ocho y media hasta las diez y media u once de la noche.
—Óscar: Yo salgo todos los días, unas seis horas por día.
¿Merece la pena? ¿Se vive mejor la fiesta desde dentro?
—Roberto: Hombre, estás en todo el ambiente.
—Juan Manuel: Desde luego, es otra manera de vivirla. Sales un poco a la noche, pero tampoco mucho, porque luego tenemos que estar aquí temprano.
—Óscar: Son unas fiestas muy participativas, por lo que no te sientes dentro o fuera. Todos formamos parte de lo mismo.
¿Cuál es vuestro contacto con la gente que está disfrutando de la fiesta?
—Roberto: A nosotros los mulilleros, cuando salimos de la plaza, los guiris nos preguntan siempre por las rayas rojas del pantalón, que es nuestro uniforme.
—Juan Manuel: A nosotros la gente nos trata muy bien, con mucho respeto.
¿Da tiempo de salir, de hacer alguna sobremesa?
—Roberto: Algún ratico, pero en general poca cosa.
—Óscar: Igual algún día se te hacen las tres de la mañana. Pero aunque estés cansado, sabes que cuando llegan las ocho tienes que estar arriba, viendo el encierro y preparándote para salir de casa.
¿Cuál es el momento más especial que habéis vivido?
—Roberto: Todos los días, la víspera de fiestas. El día 5 ya hay vaquillas, y andamos alrededor de la Plaza de Toros preparando las cosas. Cuando salimos a tomar algo, la gente nos ve vestidos de blanco y rojo y nos miran y nos preguntan mucho.
—Óscar: El día de la octava, con la actuación que hacemos en la plaza del Ayuntamiento y la procesión del 7 de julio.
¿Les vais a transmitir a vuestros hijos esta pasión u oficio?
—Roberto: El mío mayor no quiere saber nada. Sin embargo, a la chica le encanta. Empuja mucho. Hace hípica y todos los años viene a vestir a los animales y a dar el paseíllo.
—Óscar: Los míos, que hagan lo que quieran. Aunque ya sabéis lo que dicen: en casa del herrero, cuchara de palo. La verdad es que no muestran un interés especial por los gigantes.
¿Hasta cuándo pensáis estar en el candelero?
—Roberto: Hasta que el cuerpo aguante.
—Juan Manuel: Yo igual, mientras esté a gusto y me dejen.
—Óscar: Mucho tiempo, mientras no muramos de éxito. Los gigantes están bien, pero es una pasada la cantidad de gente que viene. ¡Es que casi no se puede ni andar! A mí no me agobia, es parte de lo que hay y siempre alegra ver a tanta gente.
¿Qué les dirías a los antitaurinos?
—Roberto: Que en este mundo hay sitio para todos. Y que si nosotros respetamos, que intenten ellos respetar un poco también.
—Óscar: Yo cojo abono y vengo con la peña, así que veo los toros de otra manera.