Jesús Soria aceptó con 9 años las clases de bombardino a regañadientes. Lo que no esperaba era que, con el paso de los años, la tuba se convirtiera en una fiel compañera de vida que le ha hecho recorrer Navarra de banda en banda y rodearse de buenos amigos. Asegura que muchos de sus compañeros de Chapistería le conocen como ‘el músico’. “Intento que me llamen por el nombre o el apellido, aunque sea, pero no hay manera”, bromea.
¿Cómo empezaste a tocar un instrumento?
—Mis padres me apuntaron a los 9 años al bombardino, más pequeño que la tuba, en la Escuela de Música de Barañáin. Al principio no me hizo mucha ilusión, pero entonces no imaginaba que se convertiría en mi pasión.
¿Es una afición que viene de familia?
—Así es, en mi familia hay varios músicos. Mi tío y mi bisabuelo lo fueron y tengo una prima que es profesora. El gusanillo te va picando poco a poco, y aquí estoy.
¿Estudiaste en el Conservatorio Profesional de Música Pablo Sarasate?
—Sí. A los 16 empecé a tocar la tuba y a los 18 años me matriculé en el grado medio en el conservatorio, a la vez que comenzaba a estudiar Historia en la Universidad de Navarra. Durante la carrera tuve que dejar el instrumento porque no tenía tiempo suficiente.
¿Qué pasó cuando comenzaste a trabajar en Volkswagen?
—Dos días después de empezar trabajar como eventual en Prensas, hacia septiembre de 2008, defendía la tesina de mi doctorado en Historia. Estuve varios años a turnos, pero en el momento en el que decidí volver a estudiar música se lo comenté a mis jefes de Volkswagen y no me pusieron ningún problema. Llevo tres años de mañana y así puedo compaginar el trabajo con mis estudios de música.
¿Cómo es tu día a día?
—Entre semana, de seis de la mañana a dos de la tarde trabajo en Volkswagen, y sobre las cuatro ya estoy en el conservatorio, del que salgo sobre las nueve de la noche. Hay días que paso solo media hora en casa.
¿No se te hace duro?
—Lunes, martes y miércoles son los días más difíciles de la semana. Para la gente el lunes suele ser el peor día, pero para mí es el martes porque es cuando más asignaturas tengo. Acabo agotado pero hago lo que me gusta, así que sarna con gusto no pica. El año que viene finalizaré mis estudios superiores y cambiará la cosa.
Y los fines de semana…¿más música?
—Así es (ríe). Los viernes me junto con los Gaiteros Ezpelur para tomar algo y los domingos por la tarde quedo para ensayar con la Txaranga Igandea de Barañáin. Paso muchísimas horas con ellos desde los 16 años, son mi cuadrilla. Todos los fines de semana del año y sobre todo en verano es un no parar, voy de pueblo en pueblo colaborando con bandas navarras como la de Fitero o Sangüesa. Gran parte de mis vacaciones las dedico a esto.
¿En Sanfermines también tocas?
—Por supuesto, desde los 16 no he vivido la fiesta de otra forma que no sea tocando. Colaboro con La Pamplonesa y suelo recorrer las calles con la Txaranga Igandea y parar en la peña Muthiko. Todos los años, si me preguntas el día 15 de julio, te diré que no voy a volver a tocar. Pero siempre repito.
¿En el trabajo echas de menos la música?
—No, porque aprovecho los descansos para preparar algún concierto que pueda tener el fin de semana.
¿Tus compañeros te han visto tocar?
—Sí, sobre todo en Sanfermines. Con alguno de ellos incluso he colaborado. Hay gente de la fábrica que me ve y se queda mirando pero no me reconoce (ríe). Claro, cambio mucho con el ‘traje de luces’ que me pongo cuando toco. Están acostumbrados a verme con el uniforme blanco.
¿La tuba va contigo a todas partes?
—Hasta al concesionario. Me compré antes una tuba que un coche. La de 12 kilos me costó 9.000 euros, pero pueden alcanzar los 25.000. Cuando fui a comprar mi primer coche llevé la tuba para ver si cabía bien en el maletero. Y hace poco me compré un Golf familiar y volví a ir con los instrumentos.
¿Guardas algún instrumento con especial cariño?
—Son tan grandes que tengo una habitación para ellos. Guardo el primer bombardino que tuve, pero la reliquia de todos ellos es una tuba que me dejó mi tío en herencia y esa no la toco, la tengo expuesta y me sirve de decoración.
¿Te imaginas tu vida sin tocar algún día?
—Mis padres me dicen siempre en broma, “algún día pararás”. No creo que deje de tocar nunca. Estuve unos tres años durante la carrera sin ir mucho con la txaranga y al final volví porque me podía. Mis padres me decían que en casa me moría y me animaron a volver. Luego mi trabajo en Volkswagen me permitió progresar en lo que más me gusta. Toda mi vida gira alrededor del instrumento.