En primera persona

Txema Elcano lleva 17 años como responsable de seguridad del patio de caballos de la Plaza de Toros de Pamplona.

Txema Elcano, responsable de seguridad del patio de caballos

Desde el encierro hasta la corrida de toros, Txema Elcano vive los Sanfermines desde un puesto de responsabilidad que le apasiona.

Los Sanfermines son unos días de disfrute y sentimientos, sobre todo para los pamploneses. Pero hay quienes trabajan y ponen todo su esfuerzo para que las cosas salgan bien y los demás se diviertan. Txema Elcano, miembro de Seguridad de Volkswagen Navarra, cambia su puesto por el de responsable de seguridad del patio de caballos de la Plaza de Toros de Pamplona durante 9 días. Es un trabajo que para él supone una manera de sentirse integrado en las fiestas.

¿Cómo empezó esta aventura?
—Yo no soy ni taurino ni antitaurino. Pero quería descubrir una forma nueva de ver los Sanfermines, porque nunca había formado parte de las peñas ni de nada. Quería vivir otra cosa. Un día, un compañero me comentó que tenía amigos porteros en la plaza de toros. Me animó y me apunté. Pero ese año no me llamaron.

Entonces, ¿cuándo comenzaste a trabajar en la plaza?
—Me acuerdo perfectamente. El día 7 de julio de 1994, me llamaron a las 9 de la mañana. Me dijeron que tenían por ahí mi solicitud —desde hacía un año— y que a ver si podía ir a trabajar a las 11. Había llegado unas pocas horas antes a casa, claro. A mi mujer ni siquiera le había avisado de que un año antes me había apuntado. Dije que sí, sin saber lo que me esperaba.

¿Por qué? ¿Fue duro el comienzo?
—Empecé de acomodador, arriba, en las peñas. Ya el primer día pensé: “¡Qué narices hago aquí!” (ríe). Decidí que ese año iba a ser el último. Al año siguiente me volvieron a llamar. ¿Adivinas lo que dije? Sí. Pero fui cambiando de puesto los años siguientes. Pasé a portero exterior, luego a portero interior y, finalmente, llegué a donde estoy ahora. Llevo 17 años como responsable de seguridad del patio de caballos de la Plaza de Toros de Pamplona.

¿Es muy diferente a los anteriores puestos?
—Me encargo de controlar, desde el encierro hasta el final de la corrida, quién entra y quién sale por el patio de caballos. Me apoyan dos porteros y menos mal, porque en la plaza trabajamos unas 300 personas en Sanfermines. El tránsito, la vida que se palpa, todo es diferente. Es una responsabilidad muy bonita. Conoces a mucha gente y haces muchas amistades. Es especial, porque son personas que ves durante 9 días muy intensos y luego no les vuelves a ver hasta el año siguiente, o quizá nunca.

¿Recuerdas algún momento complicado?
—Sí, me tocó vivir el último montón que se formó al final del callejón en 2013. Fueron momentos de mucha angustia. Tuve que echar una mano en la enfermería. Esto era un hospital de campaña, fue muy impactante. Te toca vivir cosas buenas y malas, pero más de las primeras. Al final, el ambiente de San Fermín lo protagoniza la alegría.

Son muchos años e imagino que tendrás muchas anécdotas que contar.
—Sí, demasiadas (ríe). He conocido a muchos famosos como Ana Obregón, Carmen Martínez-Bordiú y Miguel Indurain, y a personajes importantes del toreo como Espartaco, Francisco Rivera y Sebastián Castella. También me toca ayudar a veces a personas de aquí o extranjeras que se pierden entre la multitud, de sus familiares y amigos. Por un motivo u otro, entablo relación con mucha gente e incluso surgen amistades. Gracias a una de estas, di una charla en un club taurino de Nueva York.

¿En Nueva York?
—Sí. Conocí a un hombre de Texas que venía buscando el origen de su apellido, Alzate. Resulta que este era amigo de la presidenta del club neoyorquino y, el año pasado, como fui de vacaciones a EEUU, le avisé. No sé cómo, pero acabé explicando delante de muchas personas los entresijos de lo que se vive en la plaza durante los Sanfermines.

¿Qué es lo más complicado de tu trabajo?
—Discutir con la gente que no acepta que no puede entrar por la puerta del patio de caballos. Justo el año que me nombraron responsable, el acceso por esa puerta se restringió a trabajadores de la plaza y a alguna persona más. Fue difícil el comienzo, porque a muchos espectadores que llevaban toda la vida entrando por ahí les costó acostumbrarse.

¿Piensas dejarlo algún día?
—De momento, no. No es una cuestión económica. Me gusta relacionarme con personas y es un placer trabajar para la Casa de la Misericordia, que hace un gran esfuerzo en estas fechas. Es una forma diferente de estar integrado en las fiestas que me gusta mucho.